CHUS NEIRA
«Siendo asturiano, y de Gijón, es la primera vez que estoy aquí». Lo decía ayer totalmente en serio, aunque con esa dicción suya tan tímida, Nacho Vegas para referirse al escenario que llevaba pisando desde hacía tres canciones y para mostrar su contento por saldar la deuda de años sin tocar con su banda en Oviedo, cerrando su gira española precisamente en el teatro Campoamor. Y lo de «la primera vez» era literal, porque un problema con los aviones le había impedido llegar a la prueba de sonido.
Aterrizar veinte minutos antes del concierto no le impidió bordar un repertorio alimentado fundamentalmente del material de su último trabajo, «La zona sucia», y mostrarse, raro en él, especialmente locuaz. El arranque no permitía presagiarlo. Xel Pereda salió al escenario, se sentó y se puso la «lap steel guitar» en las rodillas. Vegas agarró la acústica y ajustó la cejilla. Manu Molina preparaba los mazos, Luis Rodríguez se enjuagaba y Abraham Boba esperaba con las manos al piano. Así, sin cruzar una palabra, sonaron «Cuando te canses de mí», «Cosas que no hay que contar» y «Reloj sin manecillas». En ese momento, todavía titubeante, Vegas avanzó lo de su retraso, que quizá lo contaría después y aprovechó para dedicar al pintor Adolfo P. Suárez, autor de la ilustración de su último trabajo, que también sirve de telón de fondo a los conciertos de esta gira, la siguiente, «Dry Martini», «con todo mi amor y algo más».
La canción que abría su anterior disco, «El manifiesto desastre», sonó poderosa y mostró que la banda de Nacho Vegas, rodada ya esta primera gira, está en un momento titánico, capaz de levantar unas dinámicas angulosas, terroríficas, soberbias que, por un momento, parecían proyectarse hacia las perspectivas imposibles del paisaje de Adolfo P. Suárez que tenían al fondo. «Hablando de Marlén», la que le sucedió, también viajó por idénticos derroteros, rescatada del EP «Esto no es una salida» y llevada a cotas de tortura eléctrica sólo soñadas en la original.
«Maldición», de su primer trabajo, editado ya hace ocho años, fue como una transición, con Boba al acordeón, para seguir con «Perplejidad» y detenerse un momento en un monólogo muy aplaudido. Nacho Vegas relató que había tenido «un día terrible» por culpa de un retraso de tres horas de Air Europa. «Tres horas en Barajas, que ya sabéis que es un sitio muy emocionante, donde la comida es una mierda, pero por lo menos es cara». «Si yo pudiera hacer algo», siguió, «prohibiría los aeropuertos, en serio. Desde el inicio de la aviación comercial, creo que fue en el año 1945, el mundo fue a peor, la bomba nuclear, guerra mundial, FAC arrasó en Asturias...».
La canción «protesta» que siguió fue la notable «Canción de palacio», presentación de la banda, el «Me he perdido» de su disco con Rosenvinge, que, por cierto, ayer cumplía años, y una recta final, todo por la «Zona sucia» con «Lo que comen las brujas», una insuperable «La gran broma final» y una brillante «Taberneros».
Los bises llegaron con otro cumpleaños, no el de Christina, y sí el de «un guaje de 70 años». Era el de Dylan, y Vegas aprovechó para presentar, como había hecho esta semana en Madrid, su versión de «Simple Twist of Fate». La coreable, aunque el personal, tres cuartos del aforo, casi ni se atrevía a canturrear, «Michi Panero» fue el postre antes de un café amargo con posos duros como es «El mercado de Sonora», la que cierra su último trabajo y que permite en esta gira a los músicos hincar la rodilla en el instrumento y fustigar con la correa las cuerdas. Un final de vértigo y una deuda pagada con creces.
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